sábado, 20 de octubre de 2012

Día 2- parte I: ESSAUIRA. Paseo playero


Me dio la impresión de que fue por la cantidad de especies que usan en la cocina marroquí que tuve sueños intensos y psicodélicos toda la noche. Era como soñar estando drogada… me desperté con la llamada a rezar de las 5 am, pero rápidamente pude volver a dormirme, y continuar soñando cosas raras… la única que me recuerdo era estaban filmando la serie en la casa de mis abuelos (Torrelodones), y que el actor que vimos (que hace el papel de Sir Jorah Mormont) era la vez  como 4 personas diferentes y que aunque me dejaban tomarles fotos, no lo lograba: o la pila se acababa o la cámara no tenía tarjeta sim y yo me volvía medio loca.

En la mañana nos despertamos lo más temprano que pudimos (~8:30) para poder desayunar en el hotel. El desayuno fue tan rico como el hotel es lindo. Una combinación de yogurt con frutas picadas, mini panquequitas, ponqué, y huevito revuelto y. La miel parecía petróleo, y la mermelada creo que era de higos. Para tomar nos dieron jugo de naranja y café, pero como no nos pusieron tazas, nos lo tomamos en unos bowls como de cereal. Creo que ese era el plan, pero siento que nos veíamos bastante graciosos tomando té desde los platos.

El primer plan era salir a pasear por la playa, que nos dijeron era lo más chévere para hacer en la mañana. De camino a la playa pasamos comprando los billetes de regreso del autobús a Marrakech para el día siguiente. En vista de que sólo había puesto en la mañana temprano y en la tarde tarde, compramos los de las 6am, y nos propusimos aprovechar mucho el día para conocer lo más  posible Essauira ese día.

La playa era laaaarga y el paseo fue muy rico. La arena era lo suficientemente firme como para caminar por varias horas.  Apenas entramos a la playa, nos pasó cerca un vendedor de lentes y como a Fran se le quedaron los suyos y había mucha luz, compramos unos “Ray Ban”: después de pasar como 10 minutos negociándolos con el tipo que resultó ser muy pana, le pagamos, nos tomamos fotos con él y así empezamos el paseo playero, un poco menos encandilados. El paseo fue mucho más largo de lo que yo me esperaba, y al poco ratico sentí que me empecé a quemar demasiado, por eso a pesar de que hacía full calor, me puse mi bufanda tapándome toda y entonces estando así toda envuelta, sentía que estaba en el desierto. Las mamás siempre tienen razón, y a pesar de que mi mamá desde Caracas me lo había advertido enfáticamente, me medio insolé como una idiota. (Tranqui mami, no te asustes, no fue nada grave!)

Dicen que la playa de Essauira es buena para caminar, pero no para bañarse en ella. Por el viento tan fuerte son pocas las personas que se bañan, pero hay varios aprendiendo a surfear (todos con trajes de neopreno). Algunos turistas valientes, o muy sedientos de playa sí que se ponen sus biquinis o shorts y se meten, pero francamente no se ve nada apetitoso el mar. Como dije la playa es muy larga, y en nuestro paseo fuimos viendo cosas diferentes además de los turistas y surfistas: primero varios grupitos jugando futbolito, luego grupitos de turistas probando el agua, alguna gente jugando con perros, luego llegamos a la parte de los camellos. Debe ser divertido, pero es como un tourist trap: los alquilan para ir a ver unas ruinas de unos castillos que según dicen están un poquito más allá… A mí me provoca montarme en un camello, pero cuando vaya al Sahara, aquí la verdad no me llamó mucho la atención. Mezclados con los camellos están algunos caballos que parecen burros y también los alquilan.

Seguimos caminando y había otro grupito de caballos que aunque no eran no muy altos, eran espectaculares… caballos árabes en todo su esplendor. El chamo que los alquilaba tenía adicta a una clienta que los galopaba por la orilla, e incluso se metió con uno de ellos montándolo a pelo al mar. El caballo salió empapado pero sin la mujer… ella salió al poquito rato también empapada y con una sonrisa de punta a punta.

Un poco más allá había una zona de la playa en donde el mar escupía todo lo que había recogido. Aparte de montañas de ramas y palos, había miles de botellitas pet de plástico y de cholas solitarias que en algún momento habían perdido a sus parejas. En medio de todo eso había un viejito vestido con túnica y sombrero jalando un burro con una carretica. El señor iba recogiendo piezas buenas de madera y las metía en la carreta, todo con mucha calma y muy poco a poco.  



El último highlight del paseo fueron los vendedores de galletas. Nos dieron para probar y la verdad estaban muy ricas. Lo cómico era que vendían además de las galletas normales galletas de “chocolate”, de hashees y de marihuana… las normales eran baratas (3 por 10 dirhams, las “especiales” costaban como 40 cada una. Pedimos tres normales y el tipo igual nos regaló la cuarta y una pizquita de la hash-cookie para que la probáramos... él quería que la compráramos para que pudiéramos ponernos tan “felices” como estaba él (que efectivamente tenía los ojos rojos). Las galletas que compramos estaban ricas y las que sobraron las guardé y nos sirvieron de merienda en la tarde.

En Marruecos dicen que te miran raro si te dejas los hombros a la vista o si usas pantalones cortos. Muchos turistas hacen caso omiso, pero la verdad despega un poco verlos medio descubiertos. Nosotros tratamos de vestirnos más apropiadamente, pero igual destacamos muchísimo, y yo no me he sentido muy bien vestida en ningún momento del viaje. El primer día yo tenía puesta una camisa rosada y un pantalón verde. La camisa despegaba demasiado de los colores viejos o gastados que usa la gente aquí y el bolso guindado de lado marcaba demasiado el escote. Entonces el segundo día decidí ponerme una camisa verde oscura (y menos escotada) y una falda larga verde. Una combinación más apropiada con colores militares, pero que con zapatos de goma se veía un poco rara (igual es la única manera de caminar por este tierrero durante todo el día… yo me traje sandalias al viaje, pero ya me di cuenta de que no iban a salir de la maletica). Con la bufanda encima me sentía arregladita, pero luego en la noche además de eso me puse mis pantalones vietnamitas y un sweater y ahí definitivamente parecía una loca. Las chicas acá suelen ponerse vestidos y pantalón abajo así que me atreví a salir así igual. La nota de vestirme de manera extraña, o de sentirme extraña con mi ropa, me duró casi todo el viaje. 


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